Un estornudo. Un picor. Un sarpullido. Tu cuerpo declara la guerra a una sustancia inofensiva: un polen, un alimento, una partícula. ¿Por qué?
La ciencia nos dice que es un sistema de alarma desquiciado. Un cuerpo sobreexpuesto a la contaminación, a los químicos industriales y a una dieta ultraprocesada, se vuelve paranoico. Ante tanta agresión invisible, tu sistema inmunitario, confundido y agotado, apunta al mensajero equivocado: la naturaleza misma.
No es solo genética. Es ecológico. La contaminación debilita nuestros cuerpos y altera los pólenes, haciendo que sean más agresivos. Los alimentos llenos de aditivos y pesticidas confunden a nuestras defensas. Desarrollar una alergia no es una falla personal; es, a menudo, un síntoma de un planeta enfermo.
Tu sistema inmunitario, ese territorio interior, está en estado de alerta máxima. Y no es paranoia. Es la respuesta lógica a un mundo intoxicado.
¿Qué seria de las alergicas sin antihistamínicos? Qué moririan y mueren de shocks anafilácticos porque tampoco tienen acceso a adrenalina.